Elpidio Herrera y sus Sachaguitarras Atamisqueñas
"Encuentro"
Al sur de la ciudad de Santiago del Estero hay un pequeño pueblo de casitas bajas y calles polvorientas. Villa Atamisqui es un lugar tranquilo donde el silencio sólo se ve interrumpido algunas veces por el sonido de un violín. “Cómo no sacar una melodía de tantas notas flotando en el aire”, dice Elpidio Herrera, músico de alma y luthier de oficio, que vivió siempre en Atamisqui junto a su mujer y sus hijos.
Hace más de treinta años, Elpidio tomó una calabaza que abrió en dos mitades perfectas e imaginó un instrumento musical que prometía ser distinto a todos los demás. En el puente le hizo un pequeño orificio, suficiente para pasar un arco diminuto y tocarla también como violín. Fue el principio de la creación del instrumento al que le puso por nombre “caspi-guitarra”, que en quechua quiere decir guitarra de palo. Sixto Palavecino, uno de los grandes músicos santiagueños, le sugirió cambiar el nombre por “sacha-guitarra”, porque “sacha” quiere decir monte: guitarra del monte. Así nació este instrumento que puede hermanar, en la chacarera, los acordes de la guitarra con la armonía del violín.
Artesano paciente, sigue imaginando otras versiones de su guitarra-violín, que ofrece ese sonido diferente que sólo él fue capaz de crear, y que León Gieco definió como “el último instrumento argentino”. Pero Elpidio es sobre todo un músico versátil, capaz de interpretar las notas que descubre en el paisaje. “La música es pasado, presente y futuro, un alimento del alma –explica este artista de Atamisqui– es como el aire. No me imagino un día sin música y sin pájaros.” Y de pronto sonríe, como lo hace a cada instante, porque quiere regalar alegría con su “sacha-guitarra”, ese instrumento nacido de una calabaza que contiene el espíritu del monte y el alma ancestral de Santiago.
http://www.filesend.net/download.php?f=cb57db01245fdbd5b64501f8d4cd3be9
Hace más de treinta años, Elpidio tomó una calabaza que abrió en dos mitades perfectas e imaginó un instrumento musical que prometía ser distinto a todos los demás. En el puente le hizo un pequeño orificio, suficiente para pasar un arco diminuto y tocarla también como violín. Fue el principio de la creación del instrumento al que le puso por nombre “caspi-guitarra”, que en quechua quiere decir guitarra de palo. Sixto Palavecino, uno de los grandes músicos santiagueños, le sugirió cambiar el nombre por “sacha-guitarra”, porque “sacha” quiere decir monte: guitarra del monte. Así nació este instrumento que puede hermanar, en la chacarera, los acordes de la guitarra con la armonía del violín.
Artesano paciente, sigue imaginando otras versiones de su guitarra-violín, que ofrece ese sonido diferente que sólo él fue capaz de crear, y que León Gieco definió como “el último instrumento argentino”. Pero Elpidio es sobre todo un músico versátil, capaz de interpretar las notas que descubre en el paisaje. “La música es pasado, presente y futuro, un alimento del alma –explica este artista de Atamisqui– es como el aire. No me imagino un día sin música y sin pájaros.” Y de pronto sonríe, como lo hace a cada instante, porque quiere regalar alegría con su “sacha-guitarra”, ese instrumento nacido de una calabaza que contiene el espíritu del monte y el alma ancestral de Santiago.
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